Frases

Fragmento de Recuerda que me quieres

15:01


Cuento que Wendy narra a Peter en el capítulo 17 de Recuerda que me quieres de W. Davies.


Wendy le contó una historia, mirando a la luna sonriente y a la noche estrellada. Un cuento tan triste como ella se sentía en aquel extraño momento.

-Dice la leyenda que todos tenemos asignada una estrella, una que brilla solo para nosotros -comenzó en un susurro-. Según cuentan, esa estrella emite una dulce melodía que solo quien está destinado a ella puede oír. También dicen que rara vez alguien llega a encontrar la suya; hay tantas y todas se parecen tanto... pero que si lo hacemos, el tiempo se detiene para observar la escena, un instante eterno en el que la vida se detiene. La niña de mi cuento soñaba con encontrar a su estrella. Pasaba mucho tiempo observando el cielo y estudiando las estrellas, hasta que, un buen día, supo que la había localizado. Su estrella era el sol. ¿Cómo podía haber estado tan ciega? El sol que siempre estaba ahí cuando le necesitaba, que le enseñaba el mundo en todo su resplandor. El sol era una parte de ella. Claro que la niña no sabía que el sol nunca podría pertenecer a nadie. Tan cegada estaba que no vio venir a su estrella. Sí, sabía que era hermosa y que su luz brillaba con mucha más vehemencia que el resto, pero no era el sol y ella creía ciegamente en él. Su estrella no se rendía, intentaba atraer su atención bailando a su alrededor, brillando con la luz más hermosa que se haya visto nunca y cantándole sus mejores canciones. La niña estaba impresionada, tanto que poco a poco se fue enamorando de su estrella. Un amor limpio, eterno, uno de esos amores que se te meten dentro y sabes que te destrozarán cuando decidan partir. Las nubes del invierno habían ocultado a su precioso sol y la niña empezaba a olvidarse de su magnificencia, de la creencia del que sabe cuál es su destino. Empezaba a dudar; quizá el sol no fuera lo que realmente buscaba, puede que solo le indicara el camino hacia su estrella.
El invierno llegó y, de repente, el sol ya no le parecía tan imprescindible como antes. O al menos eso pensó, hasta que se sucedieron las estaciones y volvió la primavera. El sol volvió a brillar de nuevo con fuerza y, a pesar de que su luz no iba dirigida hacia la niña, ella, tan ingenua como era, estaba segura de que sí lo era. Y se equivocó. Sabía que su estrella sufriría, pero pensaba que su hermosa luz jamás se apagaría, que aceptaría sus sentimientos por el sol. No fue así. La estrella se marchó y dejó de cantar para ella y, cuando lo hizo, se dio cuenta de que el sol siempre era silencioso. Era ella quien daba vida al sol y no al revés. Pero ya era tarde, demasiado tarde. La niña se quedó sola, escuchando el eco de su estrella sollozando. Al final aceptó que había perdido una estrella única y viva, por el sol que era mudo e incapaz de amar a nadie, que solo podía recibir y nunca dar. Así que le dio todo lo que tenía; su tiempo, su vida y su alma. No podía arrebatarle nada que ella no hubiera arrojado ya al vacío. Perdió a su estrella y el lamento del sol fue su único refugio.

    Wendy se paró en seco al darse cuenta de que las lágrimas le caían por las mejillas. No entendía por qué había empezado a contar aquella historia cuando esta comenzó a salir a borbotones desde el fondo de su garganta. Quería contarle algo bonito a Peter, sobre las estrellas, una historia que lo ayudara a dormir. Y, en cambio, le había salido un cuento demasiado triste, una historia que se anticipaba a lo que sabía que algún día podía suceder entre ellos.


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